"Polvo eres, y al polvo volverás"

Génesis 3, 13-19

Dijo, pues, Dios a la mujer: "¿Por qué has hecho eso?" Y contestó la mujer: "La serpiente me engañó y comí". Luego dijo Dios a la serpiente:
"Por haber hecho esto,
Maldita seas entre todos los ganados
Y maldita entre todas las bestias del campo.
Te arrastrarás sobre tu pecho
Y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida.
Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer
Y entre tu linaje y el suyo;
Este te aplastará la cabeza,
Y tú le acecharás el calcañal".
A la mujer le dijo:
"Multiplicaré los trabajos de tus preñeces.
Parirás con dolor los hijos
Y buscarás con ardor a tu marido,
Que te dominará".
Al hombre le dijo: "Por haber escuchado a la mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote que no comas de él:
Por ti será maldita la tierra;
Con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida;
Te dará espinas y abrojos
Y comerás de las hierbas del campo.
Con el sudor de tu rostro comerás el pan
Hasta que vuelvas a la tierra,
Pues de ella has sido tomado;
Ya que polvo eres, y al polvo volverás".

Audite nova

Igual que el genial Bocaccio en algún punto de su Decamerón lo puso en boca de una de las narradoras de cuentos mientras hacía aparecer el Renacimiento, Rubén Darío grita el fugaz tópico del Audite Nova (Escuchad la novedad) en Azul...
Rubén Darío, Azul...

De invierno
En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco, junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Alençon,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis;
abre los ojos; mírame, con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

Fray Luis y Fernando Pessoa

¿Un avant la lettre de pessoismo si se saca de contexto?
Fray Luis de León,
XII A Felipe Ruiz

Quien de dos claros ojos
y de un cabello de oro se enamora,
compra con mil enojos
una menguada hora,
un gozo breve que sin fin se llora.

El motivo de la carrasca

La envidia y el odio le condenaron a la cárcel, pero supo resistir y volver, más fuerte incluso que antes, con fuerza nueva para pronunciar las famosas palabras cinco años después de haber dado la última clase en la Universidad: "Decíamos ayer..." En este extracto de su oda A Felipe Ruiz, el asceta Fray Luis de León resume (mediante una excelente alegoría de las que tanto le gustaban) su historia:
Fray Luis de León,
XII A Felipe Ruiz

Bien como la ñudosa
carrasca en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro torna rica y esforzada.
Querrás hundille, y crece
mayor que de primero; y si porfía
la lucha, más florece,
y firme al suelo envía
al que vencedor ya se tenía.

La vida es sueño - Cadencia final

"El mejor fin de fiesta barroca" en palabras de Menéndez Pidal, los últimos versos de La vida es sueño son el retorno al dilema descártico del segundo y tercer acto de la obra. Calderón lo expresa desgarradoramente desde la agonía cadente de un Segismundo que parece que ha encontrado su final feliz.
Calderón de la Barca,
La vida es sueño, III

SOLDADO 1º: Si así a quien no te ha servido
honras, ¿a mí, que fui causa
del alboroto del reino,
y de la torre en que estabas
te saqué, qué me darás?

SEGISMUNDO: La torre; y porque no salgas
de ella nunca, hasta morir
has de estar allí con guardas;
que el traidor no es menester
siendo la traición pasada.

BASILIO: Tu ingenio a todos admira.

ASTOLFO: ¡Qué condición tan mudada!

ROSAURA: ¡Qué discreto y qué prudente!

SEGISMUNDO: ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta,
si fue mi maestro un sueño,
y estoy temiendo, en mis ansias,
que he de despertar y hallarme
otra vez en mi cerrada
prisión? Y cuando no sea,
el soñarlo sólo basta;
pues así llegué a saber
que toda la dicha humana,
en fin, pasa como sueño,
y quiero hoy aprovecharla
el tiempo que me durare,
pidiendo de nuestras faltas
perdón, pues de pechos nobles
es tan propio el perdonarlas.

Fons Bandusiae

Horacio recibió como regalo de Mecenas una villa en la Sabina para que, lejos de la ciudad, reanudara su trabajo. Junto a ella fluía una pequeña fuente, que habría de alcanzar renombre semejante al de la Fuente Castalia. El 12 de octubre del año 23 a.C. compuso este 'Carmen bucolicum' lamentando que en la festividad de las fontanelas se ensuciarían de la sangre de un cabritillo sacrificado las cristalinas aguas de la fontana.
Quintus Horatius Flaccus, Carmina, III, XIII

O fons Bandusiae, splendidior vitro,
dulci digne mero non sine floribus,
cras donaberis haedo,
cui frons turgida cornibus

primis et venerem et proelia destinat;
frustra: nam gelidos inficiet tibi
rubro sanguine rivos
lascivi suboles gregis.

te flagrantis atrox hora Caniculae
nescit tangere, tu frigus amabile
fessis vomere tauris
praebes et pecori vago.

fies nobilium tu quoque fontium
me dicente cavis inpositam ilicem
saxis, unde loquaces
lymphae desiliunt tuae.


O fuente Bandusia más clara que vidrio
y digna de un vino ceñido de flores,
mañana recibirás un cabrito
cuyos cuernos apenas despuntan,

frustrado retoño de raza lasciva,
que por destinado a amores y lides
teñirá con su sangre
tu corriente fresca.

La dura canícula no hiere tus aguas
y ofreces amena frescura a los toros
que regresan fatigados del yugo,
y a los erráticos rebaños.

Serás la más noble de todas las fuentes
porque yo he cantado la roca que se hunde
por las grutas de donde saltan
tus linfas sinfónicas.

Doña Perfecta y la descripción fática

A veces, un narrador en tercera persona, como el arquetípico realista Galdós, necesita convertirse en un fantasma que siga de cerca a su personaje. Olvidémonos del archiconocido descriptor que se halla en tantas y tantas novelas; aquí acompañamos al autor en su viaje al cuarto de doña Perfecta. Se trata, en fin, de una de las pocas descripciones fáticas de la literatura.
Benito Pérez Galdós: Doña Perfecta, XXXI

Ved con cuánta tranquilidad se consagra a la escritura la señora doña Perfecta. Penetrad en su cuarto, apesar de lo avanzado de la hora, y la sorprenderéis en grave tarea, compartido su espíritu entre la meditación y unas largas y concienzudas cartas que traza a ratos con segura pluma y correctos perfiles. Dale de lleno en el rostro y busto y manos la luz del quinqué, cuya pantalla deja en dulce penumbra el resto de la persona y la pieza casi toda. Parece una figura luminosa evocada por la imaginación en medio de las vagas sombras del miedo.

Es extraño que hasta ahora no hayamos hecho una afirmación muy importante, y es que Doña Perfecta era hermosa, mejor dicho, era todavía hermosa, conservando en su semblante rasgos de acabada belleza. La vida del campo, la falta absoluta de presunción, el no vestirse, el no acicalarse, el odio a las modas, el desprecio de las vanidades cortesanas eran causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase muy poco. También la desmejoraba mucho la intensa amarillez de su rostro, indicando una fuerte constitución biliosa.

Negros y rasgados los ojos, fina y delicada la nariz, ancha y despejada la frente, todo observador la consideraba como acabado tipo de la humana figura: pero había en aquellas facciones cierta expresión de dureza y soberbia que era causa de antipatía. Así como otras personas, aun siendo feas, llaman, doña Perfecta despedía. Su mirar, aun acompañado de bondadosas palabras, ponía entre ella y las personas extrañas la infranqueable distancia de un respeto receloso; mas para las de casa, es decir, para sus deudos, parciales y allegados, tenía una singular atracción. Era maestra en dominar, y nadie la igualó en el arte de hablar el lenguaje que mejor cuadraba a cada oreja.

Su hechura biliosa, y el comercio excesivo con personas y cosas devotas, que exaltaban sin fruto ni objeto su imaginación, la habían envejecido prematuramente, y, siendo joven, no lo parecía. Podría decirse de ella que con sus hábitos y su sistema de vida se había labrado una corteza, un forro pétreo, insensible, encerrándose dentro como el caracol en su casa portátil. Doña Perfecta salía pocas veces de su concha.

[...] Ahora, en el momento presente de nuestra historia, la hallamos sentada junto al pupitre, que es el confidente único de sus planes y el depositario de sus cuentas numéricas con los aldeanos, y de sus cuentas morales con Dios y la sociedad. Allí escribió las cartas que trimestralmente recibía su hermano; allí redactaba las esquelitas para incitar al juez y al escribano a que embrollaran los pleitos de Pepe Rey, allí armó el lazo en que este perdiera la confianza del Gobierno; allí conferenciaba largamente con D. Inocencio. Para conocer el escenario de otras acciones cuyos efectos hemos visto, sería preciso
seguirla al palacio episcopal y a varias casas de familias amigas.

No sabemos cómo hubiera sido doña Perfecta amando. Aborreciendo tenía la inflamada vehemencia de un ángel tutelar de la discordia entre los hombres. Tal es el resultado producido en un carácter duro y sin bondad nativa por la exaltación religiosa, cuando esta, en vez de nutrirse de la conciencia y de la verdad revelada en principios tan sencillos como hermosos, busca su savia en fórmulas estrechas que sólo obedecen a intereses eclesiásticos. [...]

Doña Perfecta - El sueño de Rosario

Rosario, en su cuarto, duerme. Horrorizada por los acontecimientos, revive en sueños lo que ha visto unas horas antes. Un interesante avant la lettre de literatura expresionista en 1876.
Benito Pérez Galdós: Doña Perfecta, XXIV

[...]
Al fin se aletargó. En su inseguro sueño la imaginación le reproducía todo lo que había hecho aquella noche, desfigurándolo sin alterarlo en su esencia. Oía el reloj de la catedral dando las nueve; veía con júbilo a la criada anciana durmiendo con beatífico sueño, y salía del cuarto muy despacito para no hacer ruido; bajaba la escalera tan suavemente, que no movía un pie hasta no estar segura de poder evitar el más ligero ruido. Salía a la huerta, dando una vuelta por el cuarto de las criadas y la cocina; en la huerta deteníase un momento para mirar al cielo, que estaba tachonado de estrellas. El viento callaba. Ningún ruido interrumpía el hondo sosiego de la noche. Parecía existir en ella una atención fija y silenciosa, propia de ojos que miran sin pestañear y oídos que acechan en la expectativa de un gran suceso... La noche observaba.

Acercábase después a la puerta-vidriera del comedor, y miraba con cautela a cierta distancia, temiendo que la vieran los de dentro. A la luz de la lámpara del comedor veía a su madre de espaldas. El Penitenciario estaba a la derecha y su perfil se descomponía de un modo extraño; crecíale la nariz, asemejándose al pico de un ave inverosímil, y toda su figura se tornaba en una recortada sombra negra y espesa, con ángulos aquí y allí, irrisoria, escueta y delgada. Enfrente estaba Caballuco, más semejante a un dragón que a un hombre. Rosario veía sus ojos verdes, como dos grandes linternas de convexos cristales. Aquel fulgor y la imponente figura del animal le infundían miedo. El tío Licurgo y los otros tres se le presentaban como figuritas grotescas. Ella había visto en alguna parte, sin duda en los muñecos de barro de las ferias, aquel reír estúpido, aquellos semblantes toscos y aquel mirar lelo. El dragón agitaba sus brazos; que en vez de accionar, daban vueltas como aspas de molino, y revolvía los globos verdes, tan semejantes a los fanales de una farmacia, de un lado para otro. Su mirar cegaba... La conversación parecía interesante. El Penitenciario agitaba las alas. Era una presumida avecilla que quería volar y no podía. Su pico se alargaba y se retorcía. Erizábansele las plumas con síntomas de furor, y después, recogiéndose y aplacándose, escondía la pelada cabeza bajo el ala. Luego, las figurillas de barro se agitaban queriendo ser personas, y Frasquito González se empeñaba en pasar por hombre.

Rosario sentía pavor inexplicable en presencia de aquel amistoso concurso. Alejábase de la vidriera y seguía adelante paso a paso, mirando a todos lados por si era observada. Sin ver a nadie, creía que un millón de ojos se fijaban en ella... Pero sus temores y su vergüenza disipábanse de improviso. En la ventana del cuarto donde habitaba el Sr. Pinzón aparecía un hombre azul; brillaban en su cuerpo los botones como sartas de lucecillas. Ella se acercaba. En el mismo instante sentía que unos brazos con galones la suspendían como una pluma, metiéndola con rápido movimiento dentro de la pieza. Todo cambiaba. De súbito, sonó un estampido, un golpe seco que estremeció la casa en sus cimientos. Ni uno ni otro supieron la causa de tal estrépito. Temblaban y callaban.

Era el momento en que el dragón había roto la mesa del comedor.

La Celestina - Planto de Melibea

Revisando viejos libros, encuentro La Celestina, de Fernando de Rojas. Interesante y compleja obra, la abro y hojeo hasta llegar al penúltimo acto. Releo lo que leí ya hace años... y me detengo en la cadencia final. Gran artificio, juxtaposición de frases simples, sentencias reberberantes, las últimas palabras de la dama a su padre, gran muestra de la vieja retórica latina.
Fernando de Rojas: Tragicomedia de Calisto y Melibea, XX

[...]
MELIBEA.
(A solas) De todos soy dejada. Bien se ha aderezado la manera de mi morir. Algún alivio siento en ver que tan presto seremos juntos yo e aquel mi querido amado Calisto. Quiero cerrar la puerta, por que ninguno suba a me estorbar mi muerte. No me impidan la partida, no me atajen el camino por el cual, en breve tiempo, podré visitar en este día al que me visitó la pasada noche. Todo se ha hecho a mi voluntad. Buen tiempo tendré para contar a Pleberio, mi señor, la causa de mi ya acordado fin. Gran sinrazón hago a sus canas, gran ofensa a su vejez, gran fatiga le acarreo con mi falta, en gran soledad le dejo. Y caso que por mi morir a mis queridos padres sus días se disminuyesen, ¿quién duda que no haya habido otros más crueles contra sus padres? Bursia, rey de Bitinia, sin ninguna razón, no aquejándole pena como a mí, mató a su propio padre; Tolomeo, rey de Egipto, a su padre e madre e hermanos e mujer, por gozar de una manceba; Orestes, a su madre Clitemnestra; el cruel emperador Nerón, a su madre Agripina por sólo su placer hizo matar. Éstos son dignos de culpa; éstos son verdaderos parricidas que no yo, que con mi pena, con mi muerte, purgo la culpa que de su dolor se me puede poner. Otros muchos crueles hubo que mataron hijos e hermanos, debajo de cuyos yerros el mío no parecerá grande: Filipo, rey de Macedonia; Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laódice, reina de Capadocia, e Medea, la nigromantesa. Todos éstos mataron hijos queridos e amados sin ninguna razón, quedando sus personas a salvo. Finalmente, me ocurre aquella gran crueldad de Frates, rey de los partos, que, por que no quedase sucesor después dél, mató a Orodes, su viejo padre, e a su único hijo e treinta hermanos suyos. Éstos fueron delitos dignos de culpable culpa, que, guardando sus personas de peligro, mataban sus mayores e descendientes e hermanos. Verdad es que, aunque todo esto así sea, no había de remedarlos en lo que mal hicieron; pero no es más en mi mano. Tú, Señor, que de mi habla eres testigo, ves mi poco poder, ves cuán cautiva tengo mi libertad, cuán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto caballero, que priva al que tengo con los vivos padres.

PLEBERIO. Hija mía, Melibea, ¿qué haces sola? ¿Qué es tu voluntad decirme? ¿Quieres que suba allá?

MELIBEA. Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estoy, que estorbarás la presente habla que te quiero hacer. Lastimado serás, brevemente, con la muerte de tu única hija. Mi fin es llegado; llegado es mi descanso e tu pasión; llegado es mi alivio e tu pena; llegada es mi acompañada hora e tu tiempo de soledad. No habrás, honrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada de mi forzada e alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quejoso en no saber por qué me mato que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más de lo que de mi grado decirte quisiere. Porque cuando el corazón está embargado de pasión, están cerrados los oídos al consejo y en tal tiempo las fructuosas palabras, en lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre mío, mis últimas palabras e, si como yo espero las recibes, no culparás mi yerro. Bien ves e oyes este triste e doloroso sentimiento que toda la ciudad hace. Bien oyes este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de canes, este grande estrépito de armas. De todo esto fui yo causa. Yo cubrí de luto e jergas en este día casi la mayor parte de la ciudadana caballería; yo dejé hoy muchos sirvientes descubiertos de señor; yo quité muchas raciones e limosnas a pobres e envergonzantes; yo fui ocasión que los muertos tuviesen compañía del más acabado hombre que en gracia nació; yo quité a los vivos el dechado de gentileza, de invenciones galanas, de atavíos e bordaduras, de habla, de andar, de cortesía, de virtud; yo fui causa que la tierra goce, sin tiempo, el más noble cuerpo e más fresca juventud que al mundo era en nuestra edad criada. E porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son pasados, padre mío, que penaba por mi amor un caballero que se llamaba Calisto, el cual tú bien conociste. Conociste asimismo sus padres e claro linaje; sus virtudes e bondad a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor e tan poco el lugar para hablarme que descubrió su pasión a una astuta e sagaz mujer, que llamaban Celestina. La cual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubrí a ella lo que a mi querida madre encubría; tuvo manera como ganó mi querer; ordenó cómo su deseo y el mío hubiesen efecto. Si él mucho me amaba, no vivió engañado. Concertó el triste concierto de la dulce e desdichada ejecución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito, perdí mi virginidad. Del cual deleitoso yerro de amor gozamos casi un mes. E como esta pasada noche viniese según era acostumbrado, a la vuelta de su venida, como de la Fortuna mudable estuviese dispuesto e ordenado, según su desordenada costumbre; como las paredes eran altas, la noche oscura, la escala delgada, los sirvientes que traía no diestros en aquel género de servicio, e él bajaba presuroso a ver un ruido que con sus criados sonaba en la calle, con el gran ímpetu que llevaba no vio bien los pasos, puso el pie en vacío e cayó, e de la triste caída sus más escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras e paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confesión su vida, cortaron mi esperanza, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues, ¡qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viviese yo penada! Su muerte convida a la mía; convídame e fuerza que sea presto, sin dilación; muéstrame que ha de ser despeñada, por seguirle en todo. No digan por mí: a muertos e a idos... E así contentarle he en la muerte, pues no tuve tiempo en la vida. ¡Oh, mi amor e señor Calisto, espérame, ya voy! Detente, si me esperas; no me incuses la tardanza que hago, dando esta última cuenta a mi viejo padre, pues le debo mucho más. ¡Oh padre mío muy amado! Ruégote, si amor en esta pasada e penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas; juntas nos hagan nuestras obsequias. Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin (colegidas e sacadas de aquellos antiguos libros que tú, por más aclarar mi ingenio, me mandabas leer), sino que ya la dañada memoria, con la gran turbación, me las ha perdido, e aun porque veo tus lágrimas mal sufridas descender por tu arrugada faz. Salúdame a mi cara e amada madre: sepa de ti largamente la triste razón por que muero. ¡Gran placer llevo de no la ver presente! Toma, padre viejo, los dones de tu vejez; que en largos días, largas se sufren tristezas. Recibe las arras de tu senectud antigua, recibe allá tu amada hija. Gran dolor llevo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo e con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo que allá baja.

Ibam forte Via Sacra (original)

Satírico y epicúreo, Horacio (Quintus Horatius Flaccus, 68-8 a.C.) destacó en vida y en muerte (hasta hoy) por sus obras. Hijo de liberto, consiguió la amistad del gran Virgilio, de Mecenas y del mismo emperador Augusto. El Ibam Forte Via Sacra constituye una obra maestra de la sátira social de su tiempo, pero también una crítica del poeta a sí mismo.

Ibam forte via sacra
, sicut meus est mos,
nescio quid meditans nugarum, totus in illis:
accurrit quidam notus mihi nomine tantum
arreptaque manu 'quid agis, dulcissime rerum?'
'suaviter, ut nunc est,' inquam 'et cupio omnia quae vis.'
5
cum adsectaretur, 'numquid vis?' occupo. at ille
'noris nos' inquit; 'docti sumus.' hic ego 'pluris
hoc' inquam 'mihi eris.' misere discedere quaerens
ire modo ocius, interdum consistere, in aurem
dicere nescio quid puero, cum sudor ad imos
10
manaret talos. 'o te, Bolane, cerebri
felicem' aiebam tacitus, cum quidlibet ille
garriret, vicos, urbem laudaret. ut illi
nil respondebam, 'misere cupis' inquit 'abire:
iamdudum video; sed nil agis: usque tenebo;
15
persequar hinc quo nunc iter est tibi.' 'nil opus est te
circumagi: quendam volo visere non tibi notum;
trans Tiberim longe cubat is prope Caesaris hortos.'
'nil habeo quod agam et non sum piger: usque sequar te.'
demitto auriculas, ut iniquae mentis asellus,
20
cum gravius dorso subiit onus. incipit ille:
'si bene me novi, non Viscum pluris amicum,
non Varium facies; nam quis me scribere pluris
aut citius possit versus? quis membra movere
mollius? invideat quod et Hermogenes, ego canto.'
25
interpellandi locus hic erat 'est tibi mater,
cognati, quis te salvo est opus?' 'haud mihi quisquam.
omnis conposui.' 'felices. nunc ego resto.
confice; namque instat fatum mihi triste, Sabella
quod puero cecinit divina mota anus urna:
30
"hunc neque dira venena nec hosticus auferet ensis
nec laterum dolor aut tussis nec tarda podagra:
garrulus hunc quando consumet cumque: loquaces,
si sapiat, vitet, simul atque adoleverit aetas."'
ventum erat ad Vestae, quarta iam parte diei
35
praeterita, et casu tum respondere vadato
debebat, quod ni fecisset, perdere litem.
'si me amas,' inquit 'paulum hic ades.' 'inteream, si
aut valeo stare aut novi civilia iura;
et propero quo scis.' 'dubius sum, quid faciam', inquit,
40
'tene relinquam an rem.' 'me, sodes.' 'non faciam' ille,
et praecedere coepit; ego, ut contendere durum
cum victore, sequor. 'Maecenas quomodo tecum?'
hinc repetit. 'paucorum hominum et mentis bene sanae.'
nemo dexterius fortuna est usus. haberes
45
magnum adiutorem, posset qui ferre secundas,
hunc hominem velles si tradere: dispeream, ni
summosses omnis.' 'non isto vivimus illic,
quo tu rere, modo; domus hac nec purior ulla est
nec magis his aliena malis; nil mi officit, inquam,
50
ditior hic aut est quia doctior; est locus uni
cuique suus.' 'magnum narras, vix credibile.' 'atqui
sic habet.' 'accendis quare cupiam magis illi
proximus esse.' 'velis tantummodo: quae tua virtus,
expugnabis: et est qui vinci possit eoque
55
difficilis aditus primos habet.' 'haud mihi dero:
muneribus servos corrumpam; non, hodie si
exclusus fuero, desistam; tempora quaeram,
occurram in triviis, deducam. nil sine magno
vita labore dedit mortalibus.' haec dum agit, ecce
60
Fuscus Aristius occurrit, mihi carus et illum
qui pulchre nosset. consistimus. 'unde venis et
quo tendis?' rogat et respondet. vellere coepi
et pressare manu lentissima bracchia, nutans,
distorquens oculos, ut me eriperet. male salsus
65
ridens dissimulare; meum iecur urere bilis.
'certe nescio quid secreto velle loqui te
aiebas mecum.' 'memini bene, sed meliore
tempore dicam; hodie tricensima sabbata: vin tu
curtis Iudaeis oppedere?' 'nulla mihi' inquam
70
'relligio est.' 'at mi: sum paulo infirmior, unus
multorum. ignosces; alias loquar.' huncine solem
tam nigrum surrexe mihi! fugit inprobus ac me
sub cultro linquit. casu venit obvius illi
adversarius et 'quo tu, turpissime?' magna
75
inclamat voce, et 'licet antestari?' ego vero
oppono auriculam. rapit in ius; clamor utrimque,
undique concursus. sic me servavit Apollo.

Ver también:

Traducción inédita del Ibam forte Via Sacra

Traducción inédita del Ibam forte Via Sacra

Una traducción inédita del Ibam forte via Sacra ... en el s. XVIII: Vicente Alcoverro, traductor de Horacio.

* Autores: Montserrat Jiménez San Cristóbal
* Localización: Cuadernos de filología clásica: Estudios latinos, ISSN 1131-9062, Nº 17, 1999 , pags. 259-278